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miércoles, 30 de junio de 2010

Corría el año 86.
Paseaba yo por una de las calles perteneciente al barrio bajero de Nueva York cuando me percaté de la presencia de algo mágico. Era ella, a la tantos admiran, de la que tantos quieren vivir pero solo unos pocos lo consiguen.
Allí estaba ella, harmoniosa, bella como ninguna. Por momentos lo único que se notaba era su presencia. Inundaba toda la calle; de norte a sur, de portal en portal... era ella quien l daba vida al lugar, quien hacía que los colores de las casas brillasen con más intensidad.
Todo giraba en torno a ella y su belleza.

Iba acompañada de dos hombres: uno con una guitarra y otro con un órgano; aunque no solo se le había visto con estos dos jóvenes anónimos, si no que se había dejado ver con los Beatles, Joaquín Sabina entro otros. Siempre con su belleza. Algunas veces hablaba del amor, otras veces de desgracias o por el contrario, de alegrías.

Así, hijos míos, es como me enamoré de la música.

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